viernes, 31 de mayo de 2013

Path to nowhere

Ygthar observó la montaña con detención. Después de un largo viaje a través del bosque donde el follaje no le permitía ver más que distintos tonos verdes y grises, el esplendor de la luz reflejándose en la cumbre nevada, le parecía alucinante.

Se dejó caer el suelo, sin importar lo húmedo del césped o las cosas de valor que traía en su morral; no importaban sus huesos cansados o la capa que cubría la mayor parte de su espalda. Simplemente se entregó a la gravedad y sintió por un momento como si se fundiera con aquella superficie bajo su cuerpo.
Había caminado lo suficiente. O al menos, eso creía.

El cielo sobre sus ojos violeta era claro y las pocas nubes que lograba distinguir se movían con prisa, muy a lo alto. Sonrió de una forma que más pareció un intento de ironía al pensar que aquéllas, al menos en eso, se parecían a su alma: huían hacia ninguna parte.

Luego volvió su vista a la montaña, tan alta e imponente que siquiera podía imaginar cómo había llegado a convertirse en lo que es. Fantaseaba con la idea de que desde lo alto la observaba también, invitándola a compartir la vista del paisaje.

Lo que a Ygthar la llevó hasta ese punto no fue más que la desesperación de huir de su pasado y dejar atrás las sombras que la acechaban. Aquél nicromante que conjuró su corazón, había también sentenciado a su protector y ahora lo único que quedaba de él era aquella ave, que ahora descansaba en una rama sobre su cabeza.

Desde la batalla, la joven hechicera no hizo más que galopar hacia ninguna parte, no le importaba buscar un refugio, ni mucho menos una estrategia que la mantuviera a salvo. Quería correr, esconderse de sus propias decisiones (de la indecisión) y de la realidad que se aferraba a ella en las noches más oscuras.

Había aprendido a no llorar desde muy pequeña, desde que su maestro le regaló aquél pendiente que llevaba colgando en su cuello, justo antes de fallecer. Ygthar hubiera dado parte de su alma por escuchar una última palabra de aquél viejo, algo que le permitiera conservar la cordura ahora que todo se había esfumado. Sin embargo, él no hizo más que mirarla fijamente a los ojos y sonreír, apretar su mano con fuerza y dejar que la vida se esfumara entre sus dedos lentamente, como en un sueño igual a cualquier otro.

La chica, sin maestro ni guía, se dedicó a buscar sentido en el mundo, con nada más que la plena convicción de que la vida y sus señales la guiarían justamente a donde debía estar. Aprendió magia de los antiguos anaqueles de la biblioteca del anciano y se dedicó a conocer otros pueblos, sin ningún interés ni objetivo. Simplemente caminó hacía adelante y permaneció así hasta ser adulta.

Ygthar no tenía nada que importara realmente: conservaba algo de dinero de las múltiples misiones que conseguía en las tabernas de viejos ebrios incapaces de responsabilizarse de sus propios asuntos; cargaba una pequeña daga antigua, que alguna vez le cedió un compañero de viaje; su pendiente, quizás lo más valioso de todo el conjunto; y un morral con algunas pociones y comida.

Pero había algo que ella había perdido hace mucho, incluso antes de que el viejo formara parte de las almas flotantes: el brillo en su mirada. Los ojos violeta de la chica eran simplemente hermosos, amplios y puros, sagaces. Si conseguías distinguirlos tras la sombra de su capucha, tu mirada se perdía en ellos buscando una respuesta que nunca llegaba, pero que era necesaria, como si completar la pieza del rompecabezas que no cuadraba en ellos, le diera sentido a todo lo demás.

Su voz era dulce, pero firme. Había aprendido que una chica sin entrenamiento en los dominios de la batalla cuerpo a cuerpo, jamás encontraría un lugar de respeto entre sus pares. La magia era, para entonces, una excusa para castigar a los impuros y ella deseaba conservar su vida el tiempo que fuera necesario para encontrar la respuesta a cuya pregunta aún no descifraba. Entonces, descubrió en su voz y el lenguaje la mejor forma de evitar los conflictos y conseguir que las situaciones se tornaran a su favor; aprendió no tan sólo idiomas hablados, sino el lenguaje que va más allá de los signos. Si había algo en lo que la hechicera tenía ventaja sobre otros, era en el poder de observación y anticipación, por ende, era cauta y cada una de las palabras que escapaban de sus labios, contenían un sentido y objetivo específicos.

La luz del sol comenzó quemar su piel y la sacó por un momento de sus recuerdos: sin querer habían invadido sus pensamientos los recuerdos junto a Lornack. Una lágrima amenazaba con deslizarse por su mejilla y ella rápidamente la sostuvo con la punta de su dedo, observándola un segundo la dejó perderse en el pasto y se puso de pie, ofuscada por no estar lo suficientemente lejos de su pasado como pensaba. Tenía que seguir su camino y, a pesar de que conocía bien los mitos en torno a la montaña que tenía en frente, era la única ruta que le permitía avanzar sin volver atrás.

(...)

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